Quiénes me conocen y siguen habitualmente saben que para el fin de semana suelo poner en el Facebook una reflexión sobre las lecturas de la misa dominical, nunca en Semana Santa he puesto la reflexión sobre el Triduo Pascual, tampoco lo voy a hacer ahora. Casi siempre he invitado, el domingo de Ramos a vivir el Triduo y dar unas orientaciones sobre él.
Esta Semana Santa es especial, muchos la celebraremos como
nunca lo hemos hecho y como nunca lo hemos pensado, veo con envidia como en
Nicaragua siguen celebrándose las eucaristías con pueblo, espero volver a
celebrar así, pero mientras llega, aprovecho para profundizar desde la soledad
y con tiempo, lo vivido, lo que estoy viviendo y lo que espero, desde ahí,
comparto unas reflexiones sobre lo que es para mí el Jueves Santo, lo que ha
sido, como me preparo a vivirlo. Mañana hablaré también del Viernes Santo, la
cruz; y, el Sábado pondré en Facebook la acostumbrada reflexión sobre las
lecturas de la Vigilia Pascual.
REFLEXIONES
SOBRE EL JUEVES SANTO,
EL
LAVATORIO DE LOS PIES, LA HORA SANTA.
Antes de entrar, solamente señalar la unidad entre las
celebraciones del Triduo: Misa de la Cena del Señor, Viernes de la Pasión,
Vigilia Pascual, una celebración que se inicia el Jueves y continua hasta el
final de la Vigilia Pascual. Especialmente Jueves y Viernes se unen en la
proclamación del mismo Evangelio: el de San Juan. El jueves parte del relato de
la Cena tal como lo recoge el evangelista Juan, y el viernes la Pasión según
San Juan; ya, en la Vigilia volvemos al Evangelio de Mateo, culminando la
Pasión que leímos el Domingo de Ramos, con la lectura de la Resurrección.
El Evangelio de Juan, a la hora de describir la Cena no nos
narra, a diferencia de los otros tres, la institución de la Eucaristía, sino
que se detiene en el lavatorio de los pies, escena que sucedió poco antes a lo
descrito en el Evangelio que proclamamos el Martes Santo, es decir que la
predicción de la traición de Judas y de las negaciones de Pedro, y que
continuará con las palabras que Jesús dirige a sus apóstoles y al Padre durante
la última cena, conocida como la oración sacerdotal y que se corresponden con
los capítulos 14 al 17 del Evangelio de Juan.
LAVATORIO DE LOS PIES.
Foto del 6-12-2019,
Lavatorio en la Iglesia conventual de San Francisco ad cenaculum, Jerudsalén,
durante la Peregrinación a Tierra Santa (1-8 diciembre 2019).
Como he dicho antes, Juan no narra la consagración, las
palabras de la Eucaristía, en su lugar se detiene a contar con detalle el
momento del lavatorio de los pies. Son dos los gestos que Jesús en esa última
cena deja a sus apóstoles para que le recuerden: él se pone a lavar los pies,
asumiendo la condición de esclavo o de siervo (recordar que la pasión de Mateo
comienza diciendo que Judas lo vende por treinta monedas de plata, según muchos
estudiosos de la época ese era el precio de un esclavo común en el mercado de
la época) y el otro es lo que nos transmiten los sinópticos (los otros tres
evangelios y san Pablo) el cambio de las palabras de la bendición sobre el pan
y el cáliz por las palabras que recordamos los sacerdotes al celebrar la
Eucaristía. El primer signo se recuerda una vez año: en la misa de la Cena del
Señor, cada Jueves Santo, después de la homilía se hace el gesto de lavar los
pies a doce de los fieles, o 12 personas escogidas para ello, últimamente el
Papa Francisco, al celebrar en la cárcel, ha escogido también a presas e
incluso musulmames,…. El otro se puede celebrar todos los días. Hoy, con la
cuarentena y la mayoría de los templos cerrados sin culto público, se nos hace
raro celebrar el Jueves Santo sin el lavatorio, celebrar la Eucaristía sin
fieles y sin dar la comunión físicamente a los fieles….
Quizá por esto recuerdo, no se aleja de mi mente, los pies
que he lavado, los rostros de aquellos a quiénes he tenido el privilegio de
lavar los pies, de muchos conozco sus historias, historias de servicio, de
sufrimiento, de gozo,… No todos los años he podido hacer el gesto, aunque
siempre que he sido párroco lo he hecho, pues una de mis manías ha sido
celebrar el Triduo completo, con todas las lecturas y todos los gestos, cierto
que no siempre he tenido bautizos en la Vigilia Pascual, sobre todo tras no
aceptar niños menores de 7 años para bautizar esa noche,… Pero, siempre para
mí, la homilía del Jueves Santo culminaba con el gesto de quitarme la casulla,
ceñirme la toalla y empezar a pasar a lavar los pies, de niños que se
preparaban para la Primera Comunión, de jóvenes que se preparaban para la
Confirmación, de catequistas, de agentes de pastoral (visitadoras de enfermos,
voluntarios de Cáritas,..), de las que limpian la iglesia, miembros de
Cofradías,… También beneficiarios de Cáritas. Para mí, el poder lavar los pies
es un privilegio, un regalo que Dios me ha ido haciendo en cada momento, el
gesto que resume mi manera de entender y vivir el sacerdocio, por eso, cuando
en alguna ocasión no había 12 pies para lavar, no comenzaba la celebración sin
pedir a los fieles voluntarios para ello, y pedirlo por favor, pues me hacían
un favor al aceptar dejar que les lavara los pies. Sólo lo podía hacer una vez
al año, pero para mí es el gesto que resume mi función como ministro, como
sacerdote: servir, arrodillarme ante el otro, sea niño o mayor, hombre o mujer,
católico practicante frecuente o alejado, incluso increyente, colaborador o
beneficiario, porque el otro, el otro siempre es mi hermano, siempre es para mi
presencia sacramental de Cristo, y, la vocación que he recibido es servirle,
lavarle y besarle el pie,… Por ello, las palabras con las que he precedido ese
gesto, siempre han sido gracias y perdón: gracias porque durante el curso me
han permitido presidir la Eucaristía, presidir la comunidad en la fe; perdón
por las veces en que no lo he hecho con actitud de servicio, sino de mando, de
poder, de autoridad, y, luego a lavar los pies… Una cosa que siempre me ha
ayudado, sobre todo cuando tenía que tratar con personas que me exasperaban, es
pensar que a esa persona con la que estoy discutiendo, yo debía lavarle los
pies y besárselos,… Este año no lo podré hacer. Pero, aunque eso no se
recomiende a los fieles, si que a los que tenéis familia en casa, sois varios,
sin hacerlo como sacerdotes, como ministros, si podríais lavaros los pies unos
a otros tras leer el Evangelio.
Estos días, pensando que está vez no lavaría los pies, he
recordado especialmente las dos ocasiones a lo largo de mi vida sacerdotal en
que he lavado los pies sin ser Jueves Santo, la última fue el viernes 6 de
diciembre del pasado año, en el contexto de una Peregrinación a Tierra Santa,
allí, en la Iglesia de San Francisco, junto al lugar dónde Jesús celebró la
última cena, pude hacer ese signo con algunos de mis hermanos peregrinos, tras
renovar mis promesas sacerdotales, y recibir después como regalo un cáliz de
cerámica, que me encantó (siempre quise tener uno, pero desde mi años en
Bolivia nunca me compro los objetos sagrados, estos deben ser gratuitos,
regalados, no pagados). Una foto de ese momento la he puesto más arriba. El
otro momento fue a finales de julio del 2018, en Kribi, Camerún, terminando ya
la experiencia misionera con el grupo de jóvenes murcianos y el P. Paulino,
tuvimos una tarde de retiro que concluyó con una Eucaristía, Paulino y yo, como
signo para resumir la experiencia, no encontramos nada mejor que lavarles los
pies a los jóvenes y también a los catequistas y agentes de pastoral nativos
que nos acompañaban y nos habían acompañado durante la experiencia,… Menos mal,
que esa tarde hizo algo de tormenta (o eso me pareció) y se iba la luz de vez
en cuando, así se pudieron disimular algunas lágrimas,…. No me sentía digno de
lavar aquellos pies de quiénes habían pasado la mitad de su verano acariciando
niños, leprosos, curando enfermos, sonriendo y escuchando, jugando, y, menos a
quiénes nos habían acompañado y estado atentos de cualquier necesidad de modo
que antes de pedirla, incluso antes de darme cuenta que necesitaba algo, ya
estaban solucionando el tema. En esa celebración también experimente como
Cristo me lavaba el pie a mí. El Jueves Santo, cada Jueves Santo, es como si
Jesús volviera a decirme una vez más: “Cuento contigo”, como dicen los hermanos
retiristas del Movimiento Juan XIII y los cursillistas de Cristiandad.
LA
HORA SANTA.
Con estas fotos del Monumento que se hizo en dos Jueves
Santo distintos en Algezares, la parroquia donde he servido entre septiembre de
2014 y septiembre de 2019, quiero pasar a comentar otro momento importante en
la espiritualidad de este, momento que durante esos años no pudé vivir con
intensidad por participar de la Procesión, que también forma parte de la Semana
Santa. Es la oración acompañando a Jesús. Recuerdo especialmente los Monumentos
que preparábamos en Jumilla, con Herminia, Manolo,…, cada año en un lugar
distinto de la Iglesia, y con motivos distintos, una vez casi reproducimos el
huerto de los olivos dentro de la Iglesia, otra, cuando lo del terremoto de
Haití, era una tienda de campaña sanitaria,…., y siempre con algún elemento
prestado del Convento de Santa Ana, ¡lástima no conservar por aquí ninguna foto
de aquellos monumentos! Y la oración, orar con Jesús. Son dos cosas que me han
ayudado en la oración con Jesús, y que os propongo también por si podéis sacar
una horica de silencio y oración: una es la lectura tranquila, repetida, haciendo
silencios, de los capítulos 14,15, 16 y 17 del Evangelio de Juan, en ellos se
recoge las palabras de Jesús a sus apóstoles en la última cena, antes de salir
al huerto de los olivos: Jesús como camino, verdad y vida, prometiendo la
venida del Espíritu Santo, llamándonos a la unidad como el sarmiento con la vid
(mi familia procede de tierra de vino, y esta comparación es algo que me
llena), su relación con el Padre, para culminar en el capítulo 17 con la
conocida como “oración sacerdotal”, dónde pide al Padre por los “suyos”.
Otro modo de hacer ese rato de oración, o después de esto,
es acudiendo a la imaginación, acompañando a Jesús en el huerto de los olivos,
como Pedro, Santiago y Juan, pero sin quedarnos dormidos, podemos releer el
pasaje de la oración del huerto de Mateo (Mt 26, 36-46), y estar con él,
intentado contemplar sus sentimientos, compartiéndolos, acompañándolo.
Bueno, con esto, con el Manual para la Celebración de la
Semana Santa en familia, las oraciones y retransmisiones de las celebraciones
por radio o por televisión, creo que tenéis elementos suficientes para vivir el
Jueves Santo. Un abrazo, y mañana más…, pero con la cruz.
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