Honduras. Nueva vida,
nuevo hogar.
No es fácil escribir sobre las primeras
impresiones en esta nueva misión, porque todo está por empezar, pero sí quería
compartir la alegría de mi llegada a un pueblo que me ha recibido, una vez más,
con un cariño y una familiaridad de la que solo puedo estar agradecido.
De entrada, para quienes se encuentran
despistados o despistadas, es bueno situarles un poco: Honduras es un país que
forma parte de Centroamérica, la parte que queda entre México y Sudamérica. En
Centroamérica hay varios países entre los que se encuentra Honduras; sus
vecinos son El Salvador, Guatemala, Nicaragua y, más al sur, Costa Rica y
Panamá. Honduras está bañada por el mar Caribe y por el océano Pacífico, y
aunque la mayoría de la población es cristiana, no toda es católica, sino que
una parte importante es evangélica. Honduras es considerado por diversas
instituciones como el segundo país más pobre de América, solo después de Haití,
lo que hace de este nuevo destino un lugar perfecto para cumplir la misión que
Jesús dijo a sus discípulos: anunciar la Buena Noticia a los pobres.
Una vez presentado el país, presento la
misión. Dicha misión se encuentra en La Lima, a unos pocos kilómetros de San
Pedro Sula, la capital industrial del país. Para hacer una comparativa con
España, si Tegucigalpa es una ciudad administrativa como Madrid, San Pedro Sula
es una ciudad con puerto, la segunda en habitantes y en densidad, que la hace
semejante a Barcelona. La Lima es una ciudad próxima a San Pedro Sula, donde
vive mucha gente que se desplaza diariamente a trabajar en San Pedro Sula, por
lo que podría compararse a Badalona.
Tal día como el que yo llegué, pero cuarenta
años antes, llegó a esta misión el padre José Gómez, quien con el padre Julián
Marín y el padre Juan Matías, han estado al frente de la misión, si bien el
padre José sigue al frente de la misma. Ha cambiado mucho el mundo desde que,
sin móviles ni internet, llegaran a esta misión los curas que han estado hasta
ahora; Juan Matías y Julián me contaban, con buen humor, lo que era ser
misionero cuando los teléfonos escaseaban y el acceso a la información era tan
difícil. En aquella época, las noticias se transmitían en un muy deficitario
correo, y las dificultades eran mucho mayores. Cuando intento imaginar todo lo
que pasaron en la adaptación a un país tan lejano del que tuvieron tan poco
conocimiento antes de llegar, percibo lo fácil que son hoy las cosas, aún
cuando yo haya renunciado al teléfono móvil.
Desde aquel año de 1979 hasta hoy han
pasado muchas historias, algunas de las cuales voy poco a poco conociendo, a
cada momento con el padre José, otras muchas las iré conociendo con la gente
que aún me queda por conocer en esta misión. En todas ellas hay una historia
por medio de la cual se han podido hacer iglesias, un colegio, dispensarios,
comedores, un hogar de ancianos y una gran variedad de posibilidades de ayuda y
de anuncio del Evangelio.
Hoy la misión es una realidad
consolidada, de la que han escindido dos partes para que sean llevadas por dos
nuevas administraciones parroquiales. En la que me encuentro hay una importante
red de comunidades cristianas, en las que no solo se vive la fe, sino que ellas
mismas son protagonistas, de la mano de sus sacerdotes, con formación, anuncio,
catequesis y crecimiento en la fe. La vida cristiana ha estado en permanente
crecimiento y, con ella, también la realidad humana en la que actúa la iglesia,
dando no solo la palabra de Dios, sino también partiendo el pan entre los
hermanos y transformando su día a día desde el ejemplo de Jesús.
Recién aterrizado no tuve tiempo para
descanso alguno. Ya desde el primer momento había que visitar no solo la
parroquia para celebrar la eucaristía, sino también las distintas aldeas para
conocer el campo en que me toca actuar. Todavía, como advertía al principio,
solo estoy en el comienzo de lo que, espero, sean mis próximos años de
servicio. En lo poco que voy conociendo solo puedo dar gracias por el gran
cariño con que me han recibido en todos los sitios. Todo el mundo es amable y
agradecido de que haya venido a formar parte de su comunidad, a compartir
nuestra fe y a servirles desde la eucaristía, el anuncio de la Buena Noticia y el
espíritu. Para mí no es más que un privilegio poder formar parte de algo tan
maravilloso como estas comunidades y continuar el trabajo que han hecho tantos
compañeros de Cartagena, tanto quienes pasaron aquí más tiempo, como los curas
que estuvieron menos, pero también aportaron lo mejor que tenían a las gentes
de este pueblo.
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